La Depresión del Danakil, entre lagos de lava y desiertos de sal

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Por: Rafael Pola, colaborador de Mi Mundo Travel Planner

 

Es la tercera vez que viajo a Etiopia y la verdad es que no hay muchos sitios a los que haya ido en tantas ocasiones; aunque también es cierto que tampoco son demasiados los lugares, que, como Etiopia, ofrezcan un catálogo de propuestas tan amplio, atractivo y diverso, tanto para turistas, como para viajeros.

Existe la Etiopía del lago Tana  y sus misteriosas islas llenas de hermosas y antiguas iglesias.

Existe la Etiopía de los castillos de Gondar, de las fuentes del Nilo Azul, de Axum y sus enigmáticos obeliscos funerarios.

Existe la Etiopia de Harar, la cuarta Ciudad Santa del Islam, en plena y ortodoxa cristiandad etíope.

Existe esa Etiopía indudablemente exótica y estimulante, pero también cómoda y civilizada

Y luego existe otra Etiopia; la de las mil tribus y etnias del rio Omo, aquella en la que sus límites más primitivos y salvajes se confunden con los confines orientales menos conocidos de Kenia y Somalia.

Existe ese otro país donde Etiopía se convierte en remotos espacios abiertos, disputas tribales, leyendas… De esa otra Etiopia, más duramente genuina y primaria, forma parte destacada la depresión del Danakil.

 

La depresión del Danakil

La depresión del Danakil o de Afar, es una extensa franja de terreno, tan grande como casi toda Andalucía, localizada a caballo entre Etiopía, Eritrea, y Yibuti.

La depresión del Danakil  se origina en el valle del Rift y está situada justo encima de los bordes de las placas tectónicas arábica y africana; lo cual hace que la zona experimente una enorme actividad sísmica y volcánica y esté, por ello, sometida a constantes y tremendas fuerzas telúricas que tienden a partir en dos el continente africano-.

La depresión del Danakil es uno de los lugares más extremos y hostiles de la tierra. Un despiadado desierto de lava y sal en el que es posible disfrutar de algunas de las imágenes y fenómenos naturales más inusitados que uno pueda imaginar.

En el Danakil, puede verse, por ejemplo, uno de los dos únicos lagos de lava hirviente que existen en el planeta; o contemplarse burbujeantes y multicolores lagunas sulfurosas; o planicies salinas de blancuras deslumbrantes.

En este inhóspito territorio se ha registrado la temperatura ambiental más alta del mundo (más de 60ºc). Además, estos parajes se encuentran en el punto más bajo de todo el continente africano (160 m por debajo del nivel del mar).

En esta desconcertante zona, también se descubrió, en su día, el primer antepasado de nuestra especie, el esqueleto fosilizado de Lucy, la primitiva abuela de toda la especie humana.

Toda esta enorme riqueza y multiplicidad de experiencias se pueden ver y vivir a lo largo de un viaje-expedición de cuatro días iniciado en Mekele, la capital de la provincia de Tigray, la más pobre de Etiopía.

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Mekele

El Bombardier Q400 que nos lleva a Mekele, desde Addis,  desciende trompicándose con los altos cúmulos que se encuentra a su paso,  mientras nos va desvelando un insólito escenario en el que el verde parece un color desterrado del paisaje. Estamos llegando a Mekele, la antesala del desierto más implacable que existe.

Antes de partir hacia la depresión de Afar, nos acercamos a Wukro, una pobrísima población cercana a Mekele, para visitar al padre Ángel Olarán, un misionero español que lleva 20 años dedicado a mejorar las condiciones de vida de los más necesitados; especialmente de los niños huérfanos. A través de su organización, el padre Ángel atiende a más de 1000 jóvenes. Un conmovedor ejemplo de generosidad humana difícil de encontrar.

Mekele está en un altiplano a más de 2100m de altitud. Para alcanzar la depresión del Danakil es preciso descender 2000m en menos de 30/40 km.

Durante el primer día seguimos una extraña  carretera asfaltada que comunica el norte de Etiopia con Yibuti y que nos llevará al lago Afrera. La densidad salina de este lago es parecida a la del mar Muerto. Bañarse en sus untuosas aguas, en las que el cuerpo inevitablemente flota, resulta una placentera e ingrávida experiencia.

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Dodóm

A media mañana del segundo día nos dirigimos a Dodóm, el campamento base del volcán Erta-Ale . Tardamos casi 7 horas en cubrir los 70 km que nos separan de uno de nuestros principales objetivos del viaje.

Atravesamos los más variados y áridos paisajes: accidentadas llanuras basálticas, polvorientos desiertos de arena, lechos de viejos lagos secos, ásperos campos de lava….. La dureza del camino deja en la cuneta a uno de los coches del convoy.

Cuando llegamos a Dodóm está empezando a anochecer. Tenemos el tiempo justo para preparar una pequeña mochila y colocarnos el frontal luminoso antes de salir camino de la cumbre del volcán, que con sus 615 m es el punto más alto de toda la depresión del Danakil.

8,5 km de suave y oscura ascensión que nos llevará cubrir algo más de 3 horas. A lo largo del trekking nocturno, vemos como el cielo se va haciendo más y más imponente, al tiempo que cada vez se agranda y define más el lejano resplandor anaranjado de la caldera.  Nos acompaña un guía armado y una pequeña escolta militar.

La primera visión del Erta-Ale se tiene nada más alcanzar el borde del gran cráter de la montaña ( Erta-Ale quiere decir montaña humeante ). En su interior, 300 m más abajo, asciende el rojo aliento del lago de lava.

Cuando después de descender 200 m a través de las coladas secas de las últimas mareas eruptivas del volcán, llegamos al brocal del inmenso pozo humeante y contemplamos aquel burbujeante y desconcertante espectáculo de ascuas incandescentes, borbotones amarillos y cegadores blancos, lo primero que uno experimenta es una sensación mezcla de ufana incredulidad y maravillado asombro. Lo siguiente es intentar ver si la contemplación del inusitado fenómeno, a los otros que están contigo, les produce el mismo sorprendente efecto que a mi.

A escasos 10 m de donde nosotros estamos, la tierra se cocina a sí misma en un lento y denso chop chop , dentro de una gigantesca marmita de más de 100 m de diámetro. Un inmenso crisol en que se funde el corazón de piedra del planeta.

Del Erta-Ale se desciende con las primeras luces del amanecer. Con el sol de espaldas, nuestras sombras nos adelantan proyectándose sobre las caprichosas y tortuosas formas de los vastos campos de lava. Algunas rocas volcánicas exhiben enigmáticas señales naturales que semejan raros petroglifos de desconocidas civilizaciones. La ladera del Erta-Ale aparece como una oscura y cuarteada costra que reabre las viejas heridas abiertas en el paisaje por la continuas erupciones habidas en la zona desde hace millones de años . La noche pasada apenas hemos dormido un par de horas. Abandonamos Dodom hacia las 10 de la mañana para pasar, prácticamente, todo el día en el Toyota, camino de la zona del Dallol.

 

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Desierto del Dallol

El cuarto día de nuestra estancia en la depresión Afar lo pasamos visitando el volcán y el desierto del Dallol. La extensa área del Dallol, es un fabuloso museo al aire libre en el que es posible contemplar el más inconcebible catálogo de desiertos de sal, y el más variado repertorio de fenómenos termo-volcánicos.

Nada más iniciar nuestro periplo matinal, nos topamos, en un espectacular contraluz de amanecida, con una inacabable columna de dromedarios dirigiéndose hacia las minas de sal del desierto. No conseguimos divisar ni el principio, ni el final de la caravana. ¿500, 1000 dromedarios?

Los animales y sus dueños hacen un viaje de más de una semana de duración hasta llegar a las canteras salinas. Allí, hombres y bestias pasaran dos o tres días hasta conseguir el preciado botín de sal, para después retornar a Tigray realizando un nuevo desplazamiento de 7 días. Probablemente sea ésta la última caravana de dromedarios con utilidad real del mundo.

La forma ancestral en que se explotan las minas de sal de esta parte del mundo, crean inusitadas imágenes de proporciones y aires bíblicos. En mitad de un infierno deslumbrante y abrasador, centenares de hombres, bajo temperaturas, en ocasiones de hasta 60º,  se afanan en extraer enormes losas de sal para, después, a pleno sol, tallarlas en piezas más pequeñas que luego cargarán a lomos de dromedarios,  mulas y pollinos.

La vida de estos, casi esclavos de la sal, es una auténtica cadena perpetua a trabajos forzados. Las herramientas, utensilios, muchas de sus indumentarias, así como los aperos de los animales de carga, parecen no haber variado en milenios.

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La última maravilla del día y del viaje, nos espera en lo alto del volcán Dagoll, en cuya plana y vieja caldera las emanaciones térmicas y emisiones gaseosas, cargadas de toda clase de sales minerales, crean borboteantes y efervescentes campos, manantiales y estanques de desconcertantes colores: amarillos rabiosos, purpuras intensos, insólitos azules, verdes fosforitos…. que originan una escenografía de ciencia ficción, o de paisajes de otros mundos.

Para los afar, la dura etnia dominante en los territorios implacables del Danakil, nosotros somos, simplemente, “forangi” (extranjeros), para mi, ellos siempre serán esa asombrosa gente capaz de sobrevivir en el mundo mas hostil y bello que pueda imaginarse .

 

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